Cuando llegué a la India llevaba tiempo sin poder dormir y
quizás no es la India, al menos Bombay, el lugar idóneo para conciliar el sueño…
No conozco la India, y me remito a lo que en su día dije de Japón.
Bombay es gris y opresiva, es como estar en el estómago de
un monstruo que devora la historia de aquellos que osan enfrentarse a él dando
forma en su interior a una amalgama de realidad húmeda y estática que te
ralentiza y atrapa con una sensación viscosa de estar sumido en un sueño del
que no puedes despertar.
(…)
Los trayectos en coche son interesantes y algo deprimentes,
las entrañas del monstruo son polvorientas y están pobladas de una curiosa
infraestructura gigante y mínima a ratos, pero siempre llena de contrastes,
tierra de ricos (los menos) y de pobres (los más).
Parado en un semáforo cruzo la mirada con una niña de no más
de 8 o 9 años, me mira con curiosidad y ofrece flores, escarba en mis ojos hasta
hacerme sentir incomodo, parece ver dentro de mi, mis vergüenzas, todo lo que
llevo dentro y que su realidad ahora pone en relieve… poco antes de reanudar la
marcha me sonríe, casi sin sonreír, y me despide con su mano vestida de colores,
no puedo evitar mirar por el retrovisor para verla saltar sobre la acera y
recogerse a si misma en un abrazo a sus rodillas a la espera de que el semáforo
vuelva a detener a los vehículos que traen clientes a los que vender sus
claveles naranjas.
(…)
Lo que más me sorprende de la India son sus habitantes; son
atentos y su propia cultura los hace ser tan hospitalarios como curiosos, nunca
tanta gente cocinó para mi sin apenas conocerme, por la simple gratitud de
estar visitándoles y por la sola satisfacción de darme a conocer su cultura y
gastronomía. Son curiosos hasta el punto de poder parecer irrespetuosos si no
estás avisado pues quieren saber de ti, de tu país y de tus costumbres, y esto
les lleva a preguntar cosas inverosímiles.
(…)
Desde la ventana del hotel veo como la ciudad combate con su
luz la oscuridad de la noche sin luna ni estrellas, paso tiempo observando; es
tarde o temprano según se mire, no sé si he dormido algo o pasado el rato en
duermevela pero el inmenso ventanal parece una pantalla LED a través de la que
veo un mundo inusualmente luminoso que recuerda a una vista panorámica y
nocturna de blade runner.
Hemos estado en festivales hindúes, y me han hablado de más
deidades de las que puedo recordar, historias de luchas fraticidas, de poder, de bondad y
de venganza… mitología sagrada de quienes aun prestan atención a las cosas
importantes e intenta sanar su alma.
(…)
Powai no duerme, podrían ser las 10 de la noche o las 4 de
la madrugada, nada ha cambiado en las últimas horas y las calles son una tormenta
de ruido y luz, desde la terraza en la que estamos sentados vemos el pasar
continuo de gente y vehículos, coches, tuk tuks entrelazados en sonidos de
claxon y luces de colores dándole forma a una serpiente infinita similar a una
atracción de feria eterna y peligrosa. El tiempo pasa envuelto en una agradable
conversación, pero entre tanta gente se tiene una extraña sensación de
insignificancia, de desamparo existencial aturullado por el ruido y especiados
olores. El camarero no termina de encajar que mi acompañante esté bebiendo
alcohol, no es ilegal en absoluto, nos lo sirven, pero no debe estar socialmente bien visto que una
mujer con el pelo suelto y un traje vaporoso se tome algo en una terraza sin
darle importancia al hecho y a las miradas curiosas de su alrededor; no sabría
decir la hora que es, aquí el tiempo no parece ser lineal…
Aquella noche, la india, el universo, se difuminaban entre el calor
nocturno y el frescor onírico de la cerveza y la conversación; tengo la extraña sensación de no
ser yo; y por un tiempo dejé de ser eso, yo,… finalmente, a la sexta noche, rendido al entorno, rendido en las
entrañas del monstruo y abandonado de mi mismo , dormí.
Poema a gáṅgā:
Vengo como huérfano a ti, mojado de amor.
Vengo sin refugio para ti, dador de descanso sagrado.
Vengo a ti como un hombre caído, el mejor de todos.
Vengo deshecho por la enfermedad a ti, el médico perfecto.
Vengo, mi corazón seco con sed, a ti, océano de vino dulce.
Haz conmigo lo que quieras.
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